jueves, 29 de octubre de 2015

Introducción: Éxodo 3,14






 
Quien no sabe pedir cuentas
a tres mil años de historia,
queda a oscuras, inadvertido;
sólo podrá ir viviendo día a día.
(Gohete)

El bíblico libro del Éxodo contiene las más grandes verdades, contadas por los más grandes mentirosos.

Sobre la sólida cimentación de un acontecimiento que, por su  indiscutible evidencia nadie podía negar, unos tramoyistas aficionados edificaron una torre de arena; una ilusa apariencia de esperanza que, complementada por un artificioso decorado, debía ser reforzada y consolidada a diario.
Por si acaso algún piadoso `emisario de los dioses´ no lo ha entendido, se lo aclaro con mucho gusto:
Asentada sobre la base de una gran verdad, construyeron una gran mentira.
Una gran mentira, de la que llevan  'viviendo' más de tres mil años.
No obstante, desde aquel lejano primer momento, y tomando la forma de las más razonables dudas, todas o casi todas las teorías, suposiciones y certezas que se exponen en este trabajo, quedaron escritas de forma indeleble en los corazones de los hombres.
Sin embargo, estando escritas, nunca fueron "pasadas a limpio" y, por supuesto, jamás han sido publicadas.
¿El motivo?
Pues, la explicación se asienta en un doble e indiscutible fundamento:
Por una parte, la amenazadora e implacable represión impuesta por los “representantes" de los dioses, por sus embaucadores "intermediarios", y por los "piadosos" inquisidores.
Por otra, el comprensible y disculpable temor del hombre a perder la protección de los "bondadosos" dioses y prescindir de la acogedora quimera de un “paraíso post mortem”.
Se dice que mientras hay vida hay esperanza; pues bien, una gran mayoría de personas no pierde la esperanza ni después de haber perdido la vida. Y, ¿quién puede pretender negarles ese derecho?
Pero de una forma u otra, éstas han sido las dos razones principales que nos han privado de conocer la auténtica verdad. Por fortuna, como diría el rey Josías, todavía disponemos de otra sólida esperanza:
El libro del Éxodo
Pero no; no estoy aludiendo a ese libro que todos conocemos y que fue integrado en el bíblico Pentateuco; ni  tampoco aquel que otro que se cobija en la Torá con el título de Nombres. Yo me estoy refiriendo al libro original: al legítimo y auténtico relato de la presencia de Yavé en el Sinaí. Una crónica que, afortunadamente, y con el recato de la prudente verdad, subyace silenciosa, pero no muda, en ese extraordinario libro.
En ese auténtico y original Libro del Éxodo podemos encontrar todas, o casi todas, las respuestas a las más interesantes y determinantes preguntas de los hijos del hombre. Y como primera respuesta a esos miles de incógnitas,  allí, en ese asombroso Libro, en  su capítulo tercero, versículos catorce y quince (3,1415 = número PI), quedaron reseñadas las palabras de Yavé, cuando, contestando a  Moisés que le ha preguntado por su nombre, se identifica diciendo: YO SOY EL QUE SOY;  o lo que es lo mismo, YO SOY YO; palabras que deberían interpretarse como: MI NOMBRE NO IMPORTA.
Esta portada de introducción tan sólo pretende ser un escaparate y, con el propósito de no disponer gratuitamente del tiempo del lector, a continuación le anticipo una declaración de intenciones y le presento un breve muestrario de las teorías que puede encontrar en este ensayo:
En primer lugar, la declaración de intenciones:
En este trabajo he pretendido tratar con el máximo respeto todas las creencia y a todos  los creyentes. No podría ser de otra manera, puesto que las personas que más he querido, han sido creyentes. Pero -siempre hay un pero-, yo solamente respeto las creencia y a los creyentes que son merecedores de respeto.
Naturalmente, se puede y se debe argumentar: ¿Y quien eres tú para creerte capaz de juzgar y decidir lo que es y lo que no es digno de ser respetado?
No puede usted tener más razón. Por eso yo le invito:
Sea usted quien decida en cada caso. No permita que nadie juzgue en su nombre. Escuche a todos; medite la información recibida y después concrete su opción. Y, por favor, recuerde: esa opción aceptada es válida sólo para usted. Si así lo desea, puede permitirse ser tan osado como para afirmar que tiene la razón; pero sería algo más que osadía pretender que los demás estén de acuerdo con usted. Sus ideas puede compartirla pero no puede imponerlas a los demás. 
Si, por ejemplo, tal y como algunos levitas hicieron constar en Éx. 12, 29, un dios, por una cuestión de razas, religión o por cualquier otro motivo, ordena la muerte de niños egipcios, resultará muy conveniente que sea usted quien decida y juzgue si ese dios y quienes defienden esa historieta, son merecedores de su respeto. Si usted decide y juzga que sí son dignos, así sea.
Pero incluso de este sórdido ejemplo, con el que he pretendido de una manera vergonzosa influir en su libre interpretación, deberá usted dudar. Y deberá dudar, porque si después de meditarlo, entiende que no tiene suficientes elementos de juicio para decidirse, no concrete su opción.
De todas formas, con más o menos 'suficientes' elementos de juicio, tal vez debería olvidarse de esa 'democrática' coletilla que dice:
Yo respeto todas  las ideas, aunque no las comparta.
Y debería olvidarse de esa tolerante coletilla, porque matar niños no puede ser nunca una idea a respetar y, tal vez, sólo debería ser compartida por los `tolerantes´ ungidos. Repito: No es una idea a respetar. Y esto, a pesar de los muchos, muy 'juiciosos y muy milagrosos' que sean los argumentos que presenten quienes la defiendan; y por 'muy malísimos' que fueran aquellos niños a quienes quitaron la vida.
Por esta razón, repito: es usted quien debería decidir. Y no consienta que nadie intente equivocarle, porque:
Lo que no es respetable, no es digno de respeto.

Y, después de esta 'respetuosa' declaración de intenciones, usando del más bíblico de los números, les ofrezco estas siete teorías:
  • Primera: El hombre, en contra de los que afirman los 'piadosos' sacerdotes, es tan poderoso, que sin la ayuda de nadie ha creado a los dioses.  Y los hemos creado, porque nuestro temor ante los peligros de la vida y el vacío de la muerte -sensaciones angustiosas que se han combatido con una entelequia bautizada con el nombre de FE-, nos han arrastrado a ello. 
  • Segunda: Hace más de tres mil años, desde los cielos descendió un "dios" para informarnos y demostrarnos que no hay dios; un "dios" que nos dijo que los dioses, las diosas, los ángeles, los demonios y los demás espíritus celestiales no existen. Perdón, no he querido decir eso; claro que existen.  Existen y están muy presentes, pero sólo en nuestros deseos, en nuestras ilusiones  y, sobre todo, en nuestros miedos.
  • Tercera: Yavé no es un dios. Él mismo nos lo dijo cuando afirmó: YO SOY EL QUE SOY.
  • Cuarta: Yavé, no siendo dios, tuvo un comportamiento con los hijos de los hombres que le hace digno del mayor respeto. Y por mí, que tengo tanto derecho a opinar como otro cualquiera de los hijos de los hombres, se le debería nombrar Dios. Naturalmente, él no lo aceptaría; es más, le resultaría ofensivo.
  • Quinta: En el universo no estamos solos. Hace más de tres mil años fuimos visitados por inteligencias extraterrestres. Y, posiblemente,  aquella no fuese la primera vez.
  • Sexta: Los visitantes expedicionarios convivieron, estudiaron y protegieron a los hijos de los hombres durante casi dos años. Después, en el momento de reiniciar su viaje, nos entregaron un documento en piedra y un receptor de radio. El documento en piedra es el Testimonio de Yavé; el receptor de radio es el Ángel de Yavé.
  • Séptima: Aquel receptor de radio -el ángel, el mensajero, la voz de Yavé-, tenía sus componentes en el 'absurdo' mobiliario del Tabernáculo. Ese mobiliario, esos módulos de la  radio son: el arca, el propiciatorio, el candelabro, la mesa, los dos altares con sus cuernos, y, sobre todo, en el efod y el pectoral. Cada uno de esos "utensilios" fue diseñado por Yavé para que cumpliese una misión muy concreta como componente de un transmisor-receptor de radio.                                                         
Y ahora, si entiende que estos temas pueden interesarle, siga adelante.  Pero antes, por favor,  lea la breve ADVERTENCIA del Prólogo.